Prólogo: El Espíritu Eterno.


No podía imaginarme que para las vacaciones de Navidad, cuando anteriormente había hecho todos los trabajos de la facultad, para no tenerlo que hacer en estas fechas, y poder así dedicarme a otras cosas, me tendría que leer un libro, que a simple vista no me llamaba para nada la atención (ya que la novela histórica no suele gustarme demasiado), ni cuando llevaba varios capítulos leídos. Pero fue al entrar en la trama de la historia, cuando empezó a despertar en mí cierto interés. Al cabo de varios ratos dedicados a su lectura, para ser más exactos tres, había terminado de leérmelo. No me lo podía creer.

Nos encontramos ante una historia que consigue trasladarnos a la época de los años cincuenta. La historia está narrada con gran detalle, lo que nos da mucha facilidad para imaginarnos con detalle todo lo que ocurre, de forma que fácilmente nos podemos poner en situación de encontrarnos inmersos en la aventura, en el maravilloso París de la época. Aunque según la novela en ese momento no era el lugar más idóneo para estar.

Nos narra una historia que, aunque nosotros no hemos formado parte de ella, sí lo han hecho nuestros antepasados (abuelos, bisabuelos…). Y alguna vez ha caído alguna que otra historieta de la época al lado de una buena chimenea, calentitos un día de lluvia.

Pero sobre todo, nos encontramos ante un libro que consigue acercarnos a la narración de una breve parte de nuestra historia: como era la II Guerra Mundial para gente sencilla, no militares.

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